viernes, mayo 22, 2020

Las etapas del "Golpe de Estado Blando"...


En todas las dimensiones, el neoliberalismo ha sido un fracaso

Joseph Stiglitz, El premio Nobel de Economía 

Dispara contra Donald Trump y plantea que el mundo vive hoy una triple crisis.

Justo Barranco 29/02/2020 – 21:06 Clarín.com

El Nobel de Economía Joseph Stiglitz  cree que vivimos una triple crisis: del capitalismo, el clima y los valores. Y lo atribuye a la creencia en mercados sin restricciones, al neoliberalismo seguido desde el gobierno de Ronald Reagan en Estados Unidos.

Poco antes de viajar desde Nueva York al Vaticano, para participar de un simposio sobre economía justa, el ex economista jefe del Banco Mundial y asesor económico de Bill Clinton conversó días atrás con La Vanguardia sobre su nuevo libro, "Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar" (Taurus/Edicions 62), en el que carga contra Donald Trump​ y dice que EE.UU. está en guerra consigo mismo, que la clase media más potente del planeta no para de perder poder adquisitivo. Y plantea la necesidad de volver a un capitalismo de prosperidad compartida en el que la política controle la economía y se asuma que la educación y, así, la creatividad y productividad de los ciudadanos, son la base de la riqueza de un país.

-Tipos de interés negativos, manifestaciones, populismo, crisis climática... ¿Qué sucede?

-Es el efecto acumulativo de varios factores, y uno es claramente el aumento de la desigualdad. Luego, la crisis financiera creó mucha inseguridad y el modo en que fue resuelta sugiere a muchos que el sistema está roto. En Europa, la crisis del euro llevó al desencanto con el funcionamiento de la UE. Hay sentimiento de falta de poder frente a problemas muy serios. Y eso se combina con problemas de desindustrialización en muchos países, de transformación estructural, con pérdida de empleo y sistemas inadecuados para que la gente pase de los viejos trabajos a la nueva economía.

-¿Las cuatro décadas de revolución neoliberal, desde Reagan, han cumplido lo que prometían?

-No, y la evidencia es muy sólida de que el crecimiento ha sido mucho más lento tras el inicio del reaganismo y el thatcherismo que antes. Y virtualmente todo ese crecimiento ha ido a la gente que está más arriba. Además, la crisis del 2008 mostró la inestabilidad del sistema. En todas las dimensiones, el neoliberalismo ha sido un fracaso.

-¿Por qué ha fracasado?

-El principal factor es que los mercados desregulados con frecuencia llevan a la explotación y la ineficiencia. Se logran beneficios pero no produciendo mejores bienes a mejores precios sino aprovechándose de otros, como se ha visto con los bancos. Y hay un fenómeno relacionado, que es subestimar la necesidad de acción colectiva. Muchos de los éxitos en investigación básica de ciencia y tecnología los financia el gobierno, y si cortas sus fondos, haces más lento el crecimiento. Lo vemos de manera extrema en EE.UU. ahora con Trump proponiendo recortar un tercio en el presupuesto de ciencia. El Congreso no lo ha permitido, pero se ve su falta de entendimiento de qué lleva al progreso.

-De Trump dice que es como el reaganismo pero con esteroides.

-(Ríe) Lo es. Reagan en su presupuesto de 1981 no se preocupó del déficit fiscal, lo que fue el inicio de grandes déficits. En 1986 intentó corregirlo, porque era evidente que rebajar los impuestos no había aumentado los ingresos como creía. En cambio, la irresponsabilidad de Trump en su recorte de impuestos del 2017 fue que ya sabía lo que iba a pasar. Y si Reagan bajó los impuestos a las corporaciones, Trump lo ha hecho mucho más. En lo que Reagan trató de ser razonable, aunque equivocado al seguir la economía de la oferta del neoliberalismo, Trump no ha tenido conciencia de ningún límite. También hay diferencias importantes. El reaganismo, el republicano estándar, cree en mercados libres. Trump, en el proteccionismo. Y Reagan no intentó la desinformación que parece el centro de la política de Trump. Por eso hablo de esteroides: está tomando todos los principios del estándar neoliberal, exacerbándolos y añadiendo ingredientes mucho peores que los republicanos tradicionales.

-¿Ha hecho a Reagan mejor?

-Con él, gente como Eisenhower parecen santos. Hasta Reagan parece mucho mejor, no nos habíamos dado cuenta de cómo de mal se podían poner las cosas. Incluso Nixon creó leyes medioambientales, como la del agua limpia. Trump es un negacionista del cambio climático y trata de empeorar el medioambiente a cualquier costo. Incluso cuando compañías como Ford dicen que podrían y querrían asumir estándares medioambientales más altos, él les dice que no deben. Es fenomenal. No sé si ha habido un caso así.

-Más que un conservador, afirma, Trump es un revolucionario.

-Está derrocando muchas normas básicas de la sociedad. El funcionamiento de la economía y la política se basa en reglas y convenciones como que el presidente es civilizado. Se basa en que funcionen las leyes, la separación de poderes, la burocracia independiente. Esas instituciones que hemos ayudado a crear durante 200 años para dar estabilidad a la sociedad y voz a la gente y contribuir a la eficiencia económica las está socavando.

-¿Cuál es su objetivo?

-En parte, no tiene ningún marco intelectual y es incapaz de trabajar con asesores: los razonables son despedidos o se van. Y todo presidente necesita gente con experiencia en gobernar y realizar proyectos productivos y creativos. Pero él viene del inmobiliario, un sector no precisamente creativo ni puntero, y en él era conocido por su mal comportamiento y sus bancarrotas, por aprovecharse de suministradores y trabajadores, por ser básicamente deshonesto. No es el empresario con el que negociarías, y por eso los bancos de EE.UU. lo rechazaban y de ahí su relación con el Deutsche Bank y los rusos. Tiene muy poco entendimiento y un narcisismo que le hace difícil ser aconsejado. Nadie esperaba que él fuera mejor de lo que es, pero sí que el partido republicano le controlara. Ese ha sido el gran chasco. Lo ha convertido en un partido para el nativismo populista extremo que divide a los estadounidenses. Trump no sólo no entiende qué se necesita para que la democracia funcione, sino que la mayoría de líderes tratan de crear cohesión social. En cambio, su voluntad es gobernar dividiendo el país

-¿El "impeachment" fue justo?

-Sin duda. El impeachment es que el Congreso lo acuse de delitos y faltas graves. Otra cuestión es la destitución. Y debería haber sido destituido, lo que hizo era inadmisible, pero el mismo liderazgo republicano que se ha entregado a él ha dicho que no iba a haber un juicio justo y ha decidido absolverlo sin siquiera escuchar pruebas no disponibles antes.

-¿Los demócratas pueden derrotarlo?

-Es aún posible. Hay ruido sobre las divisiones en el partido demócrata pero en sus objetivos son muy pequeñas, hay gran consenso en el control de armas, los derechos reproductivos de las mujeres, el salario mínimo, sanidad para todos, educación. Hay diferencias sobre el mejor camino para lograrlas. Y, sobre todo, Trump no ha cumplido, es otra mentira. La economía ha creado menos trabajos mensuales que en el segundo mandato de Obama. No ha mejorado a su némesis.

-Vivimos un crecimiento lento sorprendente en una economía tan innovadora. ¿Por qué?

-Tiene que ver con la desigualdad. Hemos invertido muy por debajo de lo necesario en investigación, educación e infraestructura porque el 1% más rico no quiere un gobierno que ponga impuestos más altos. Y además, cuando redistribuyes el dinero de la base a la cima y le das más dinero a los ricos, estos gastan menos parte de sus ingresos, con lo que disminuye el crecimiento.

-¿La clase media cae por el neoliberalismo o la tecnología?

-El problema de base es el neoliberalismo, el mercado sin restricción. La falta de una política adecuada ha contribuido a dar forma a la tecnología. Cualquiera que mire a lo deseable en términos de nuestras inversiones en I+D (investigación y desarrollo) diría que necesitamos hacer cosas que ayuden contra el cambio climático, no necesitamos innovación que trate de crear más desempleo, como ahora.

-Pide un mayor papel del gobierno. ¿Cuál?

-Necesitamos mejores regulaciones para proteger el medio ambiente y protegernos contra la explotación, contra el poder de mercado en toda una serie de áreas donde no funciona. Luego, más inversión pública en educación, infraestructura y tecnología. Hay que cambiar las reglas de la economía, que ahora socavan los derechos de los trabajadores, incrementan el poder de las corporaciones, permiten una polución excesiva y a los directivos extraer mucho dinero de las empresas. Necesitamos más acción colectiva.

-¿La globalización tal y como se hizo fue un error?

-Nuestros acuerdos comerciales están hechos en su mayor parte de manera sesgada a favor de las corporaciones y muchos necesitan cambiar. En cambio hay áreas en las que hacen falta más acuerdos, como la tasación de las multinacionales. A la vez, hemos de reconocer que la globalización ha ayudado a muchos países en desarrollo, como China e India, aunque ha herido algunos de los más pobres en África.

-¿Qué responsabilidad tienen los economistas en lo sucedido?

-Muchos economistas jóvenes están convencidos de que el camino de la profesión fue equivocado, hubo demasiada fe en los mercados, más basada en la ideología que en la ciencia económica. Por eso exploran nuevas áreas, como la economía del comportamiento. Para la gente que ha dedicado 40 años de vida al neoliberalismo es más difícil cambiar.

-¿El mercado no será ya el rey?

-Hay una desilusión real con los mercados. Por cómo se comportan las corporaciones: la industria farmacéutica y la crisis de los opioides, la industria alimentaria y la crisis de diabetes infantil, los bancos y la crisis financiera. Y que el capitalismo no haya funcionado para una gran franja de la sociedad, que la esperanza de vida en EE.UU. haya bajado, aumenta la desilusión. La idea de que el mercado es el rey ya no es verdad, sobre todo entre los jóvenes. Buscan otra forma de economía.







Jaque al Neoliberalismo

Una mirada no convencional al modelo económico, la globalización y las fallas del mercado

Alfredo Zaiat, Página 12

sábado, 10 de mayo de 2014 Publicado por mamvas en 14:33 

Piketty: La economía del siglo XXI se parecerá a la del siglo XIX

Thomas Piketty es un economista francés que publicó El capital en el siglo XXI el año pasado, traducido al inglés este año. El libro está provocando conmoción en el mundo de la academia y en el espacio de debate de divulgación económica. Los conceptos centrales de la obra son:

  • La concentración de la riqueza aumentó en todos los países desarrollados.

  • Se mantiene la tendencia a la no intervención impositiva sobre esas fortunas (una muestra es la resistencia a la Tasa Tobin en Europa).

  • Si no hay cambios en esa situación, la economía del siglo XXI se parecerá a las del siglo XIX, cuando las elites económicas heredaban la riqueza en lugar de obtenerla del trabajo. Será una sociedad neovictoriana clasista, dominada por la riqueza no ganada de una elite hereditaria.

  • La propuesta de Piketty, que admite “utópica”, para evitar ese retorno a un mundo oligárquico es un esfuerzo coordinado a nivel mundial para aplicar impuestos a esa inmensa masa de riqueza concentrada en pocos. Concluye que si no se toman medidas drásticas, el funcionamiento de la economía estará condicionada por las personas que simplemente posean la riqueza heredada de sus padres.

El argumento principal de El capital en el siglo XXI es que el capitalismo, en su forma neoliberal (de mercado) o intervencionista (Estado de bienestar), conduce a una economía dominada por quienes tienen la suerte de nacer en una posición de riqueza heredada. Si bien realizó el análisis sobre países desarrollados (Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Canadá, Japón y el Reino Unido), en la Argentina también está teniendo ese reflejo y es interesante observar cómo los hijos de familias de gran fortuna y visibilidad pública comenzaron a reunirse en un grupo de afinidad (revistas de la farándula, deportiva y de negocios los están mostrando).

Piketty explica que de ese modo funcionaba la economía de Europa a principios del siglo pasado, y que la prepotencia de la riqueza heredada sólo fue destruida por la devastación de dos guerras mundiales, con una profunda depresión en ese intervalo. Después de esos traumáticos eventos, se desplegó un período de rápido crecimiento asociado a los estímulos de la posguerra, a la reconstrucción europea y a la recomposición del consumo. En los últimos 30 años, esa dinámica subyacente del poder económico heredado se ha revitalizado y reafirmado.

¿Cuál es la definición de capital de Piketty? Quienes lo acusan de marxista es porque no conocen el concepto marxista de capital, pero los sectores conservadores consideran marxista a cualquiera que estudia o tiene una posición crítica sobre la desigualdad y la concentración de la riqueza. Piketty utiliza una definición amplia al considerar que “el capital” es igual a “la riqueza”. O sea, todo el patrimonio (propiedades, activos en efectivo, inversiones en acciones y bonos) constituye el capital o riqueza. Piketty no sólo señala que la distribución del ingreso (dinero obtenido por las personas que trabajan) es desigual sino que la riqueza (el stock de activos) se reparte en forma mucho más desigual. Esto significa que no sólo la brecha es inmensa en la retribución por el trabajo sino que esa diferencia es abismal en la tenencia de la riqueza global.

El esquema analítico de Piketty es el siguiente: a partir de definir la tasa de retorno sobre el capital (r) y la tasa de crecimiento económico nominal (g), utiliza una larga serie de tiempo de 200 años de datos sobre pobreza, ingresos y riqueza para países desarrollados. Con esa inmensa cantidad de información determina un comportamiento económico sencillo de entender. Calculó que r se ha ubicado en el 5 por ciento promedio, mientras que g ha sido inferior a ese porcentaje en ese extenso lapso. Esto significa que la tasa de crecimiento económico global ha sido menor al incremento de la riqueza de las grandes fortunas. Piketty denomina “ley fundamental” a la fórmula r > g, o sea que los ricos se hacen más ricos en forma permanente. De otro modo, en el capitalismo, si la tasa de retorno de la riqueza privada es superior a la tasa de crecimiento de la economía, la participación de las rentas del capital en el producto neto se incrementará. Piketty afirma que en el largo plazo la desigualdad económica no será solamente por la brecha entre las personas que ganan altos salarios y los que reciben ingresos bajos sino que será entre las personas que heredan grandes fortunas en propiedades y efectivo, y quienes no.

Es un resultado que se ha verificado en estos años de crisis global en las potencias mundiales, según el World Ultra Wealth Report, informe mundial de la ultra riqueza de Wealth-X y el banco suizo UBS: con una caída o estancamiento de las economías centrales que se extiende ya por siete años, desde 2009 hasta 2013 la población ultra rica del mundo incrementó su riqueza (sin ajustar por inflación) un 44,1 por ciento.

En la muy completa reseña publicada en el medio electrónico estadounidense Vox, Matthew Yglesias resume que “cuando r es mayor que g, la piscina de la riqueza de los ricos crece más rápido que el conjunto de los ingresos percibidos por los trabajadores”. Señala que esto no significa necesariamente que los pobres sean más pobres sino que cada vez es más grande la brecha entre las ganancias de las personas que poseen una gran cantidad de propiedades e inversiones financieras y las de las personas que reciben un ingreso de su trabajo para vivir.

Hasta el conservador The Economist en una crítica al libro de Piketty se rindió ante la formidable “base de datos sobre la que se construye el libro, siendo difícil de disputar su llamado a una nueva perspectiva de la era económica moderna, estemos o no de acuerdo con sus recomendaciones de política”. En el artículo “Capital in the Long Run”, publicado en la edición del 9 de enero pasado, The Economist afirma que políticamente no puede sostenerse una concentración de la riqueza creciente, y “aquellos que quieran preservar la economía de mercado tienen que lidiar con esa dinámica en un contexto preocupante con las cifras sobre la desigualdad que presenta Piketty”.

También fue criticado por el economista de la Universidad de Texas en Austin, James K. Galbraith (hijo del célebre economista del siglo pasado, John Kenneth Galbraith), en un artículo publicado en la revista trimestral Dissent “Kapital for the Twenty First Century?”. Dice que el libro de Piketty sobre el capital no es ni sobre el capital en el sentido utilizado por Marx, ni sobre el capital físico como factor de producción en el modelo neoclásico de crecimiento económico. Galbraith concluye que “es un libro principalmente sobre la ‘valoración’ de activos materiales y financieros, la ‘distribución’ de los activos a través del tiempo, y la ‘herencia’ de la riqueza de una generación a otra”.

Más allá de controversias por derecha (The Economist) y por izquierda (James K. Galbraith), el libro tiene el mérito de instalar en el corazón del capitalismo el debate sobre la desigualdad, y no sólo de ingresos sino la que emerge del reparto del stock de riqueza global. Es lo que afirma Paul Krugman en “The Piketty Panic”, publicado en The New York Times, cuando elogia la obra del economista francés porque “es la manera en que echa por tierra el más preciado de los mitos conservadores: que vivimos en una meritocracia en la que las grandes fortunas se ganan y son merecidas”. Menciona que lo realmente sorprendente del debate es que la derecha parece incapaz de organizar ninguna clase de contraataque significativo a la tesis de Piketty.

El capitalismo no está generando una mejor distribución de la riqueza y de los ingresos sino que su concentración es el estado natural del capitalismo más que una excepción, como postula el pensamiento económico convencional con su expresión política en el conservadurismo. Piketty afirma entonces que se está transitando hacia una economía dominada por el “capitalismo patrimonial”, donde la lista Forbes 400 (los más ricos del mundo) estará dominada no por los fundadores de las empresas líderes sino por hijos y nietos de la súper elite de hoy.





Después de la pandemia

Esto habría espantado a Carlos Salinas o a Pedro Aspe; a Ernesto Zedillo o a Luis Videgaray: dinero entregado en las manos a los ciudadanos.

Alejandro Páez Varela

SINEMBARGO

ABRIL 13, 2020

12:09AM

Dicen que el mundo no será igual. Que si el trabajo en casa era recomendable antes de la pandemia, desde ahora será una necesidad. Que si no sonreíamos al vecino, ahora es un aliado para sobrevivir. Que si dejamos que los gobiernos diluyeran los servicios de salud gratuito para darle negocio a los privados, ahora lo mejor es un Estado que garantice seguridad social. Que si la clase media pensaba que el dinero era para gastarse, hoy razonará que quizás sea mejor ahorrar. Que nunca antes la humanidad fue tan globalizada como hoy pero ahora las fronteras se han sellado como nunca antes. Que si pensábamos que el libre comercio estaba por encima de la autosuficiencia, ahora sabemos que es necesario producir para salvarnos del eventual e inesperado cierre total de fronteras. Que los que más tienen tenían mayores certezas en una pandemia, y no: los que tienen para viajar la extendieron. Que caminábamos hacia un mundo de libertades, y no: en el futuro, de ser necesario, todos llevaremos una pulsera que avise a las autoridades que un virus nos ha intoxicado para podernos sumar a otros en cuarentena. Que íbamos hacia una sociedad integrada, y no: las “arcas de Noé” que implementaron España e Italia nos dice que tendremos que agruparnos en granjas para mantenernos encerrados con nuestros bichos o a salvo de ellos. Dicen que el mundo no será igual.

Somos más dependientes que ayer, y el que lo dude véase a sí mismo. Dependemos más de los extraños que nunca: del que nos trae el súper o del que nos da algo por llevárselo a su casa; del que se arriesga para abastecer los mercados y de los héroes que atienden los hospitales. Hoy más que nunca dependemos de las instituciones nacionales: de que la policía y los bomberos funcionen; de que los trabajadores de salud estén al cien; de que los bancos operen y de que los servicios como el agua, la energía eléctrica o el gas estén trabajando. Somos más dependientes que ayer.

El Estado diluido por el liberalismo dejó de ser una buena idea, parece. “Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones, no como cargas, y buscar fórmulas para que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución será debatida otra vez; los privilegios de las personas mayores y de los más ricos serán cuestionados. Políticas consideradas excéntricas hasta ahora, como la renta básica y los impuestos a las rentas más altas, tendrán que formar parte de las propuestas”. Así lo dijo el Financial Times hace dos semanas. Ya hablamos de una renta básica (aporte directo y regular del Estado a sus ciudadanos, como parte del sistema de seguridad social, sea rico o sea pobre). Esto habría espantado a Carlos Salinas o a Pedro Aspe; a Ernesto Zedillo o a Luis Videgaray: dinero entregado en las manos a los ciudadanos. De todos los periódicos del mundo, el más liberal, Financial Times, lo sugiere. Más Estado y menos manos libres al mercado. “Un efecto a largo plazo de esta experiencia podrían ser unas instituciones económicas y políticas más redistributivas: de los ricos hacia los pobres, y con mayor preocupación por los marginados sociales y los ancianos”, dice Robert J. Shiller, premio Nobel de Economía. Quién lo diría: El Estado diluido dejó de ser una buena idea.

Dicen que nada será igual después de la pandemia. Que no nos parecerá una locura hippie hablar del rescate de los océanos y el agua dulce; de los cielos y los ríos; de los bosques y las ciudades. Que vendrán gobiernos más responsables y hablaremos de la sobrepoblación, de la desigualdad, de la pobreza; del daño que causan al ozono cada fábrica y cada avión que vuela. Que pensaremos en que un salmón de Chile y un kilo de arroz de Japón gasta demasiado combustible antes de llegar a nuestras mesas. Que no veremos más como un asunto de comunistas trasnochados el reparto justo de la riqueza. Que no sentiremos que es una locura que el Estado se meta incluso en la herencia. Dicen que en la agenda quedará la pregunta: ¿qué haremos por los adultos mayores que nos empacan y se llevan una miseria? ¿Qué vamos a hacer por los organilleros, los que afilan cuchillos, los que tocan la marimba y hacen canastos de palma por unas monedas? Dicen que nada será igual después de la pandemia. Ahora falta que yo lo vea.




¿En qué país vive López Obrador?

El presidente llegó al poder gracias al voto de y en nombre de los marginados económica y socialmente. Una realidad que no es “la nuestra”, sí la del mandatario

JORGE ZEPEDA PATTERSON

8 ABR 2020 - 16:13 CDT

EL PAÍS Opinión

Ya lo perdimos, claman en las redes sociales, refiriéndose al presidente. Los memes lo acribillan con burlas sobre las estampitas que carga en la cartera, medios de comunicación y comentaristas descalifican y ridiculizan las medidas económicas anunciadas por el mandatario, los empresarios han comenzado a hablar de echarse a la tarea de salvar a México porque el presidente no entiende de economía. La unanimidad es abrumadora: López Obrador está perdido en su propia realidad, en un país que solo existe en su cabeza.

El mandatario nunca ha escondido que su intención es buscar una masiva transferencia de recursos a favor de los pobres, y hacerlo sin desestabilizar o violentar al país. Una misión que muchos que votamos por él asumimos no solo como un imperativo moral para con los desprotegidos, sino también como un acto de prudencia política y social. De no atenderse la disparidad extrema se corría el riesgo de que la desesperación, el resentimiento y la violencia estallaran de mala manera. López Obrador es la respuesta a esta necesidad.

Otra cosa es que el personaje haya resultado más pintoresco, rijoso y provocador de lo necesario. Pero la premisa sigue sosteniéndose, las peculiaridades de su personalidad resultan más de forma que de fondo, salvo para las redes sociales y los columnistas que viven para masacrar la ocurrencia o el dislate presidencial de cada día. El fondo sigue siendo el mismo: obsesión por mejorar la condición de los de abajo sin violentar el orden social o la propiedad privada.

La pandemia por el Covid-19 y sus avatares no ha hecho más que profundizar abismalmente estas dos “realidades” indisolubles. Cuando el presidente afirma que afrontará la crisis con subsidios para 22 millones de ancianos, jóvenes sin recursos y personas en condiciones precarias o anuncia que se otorgarán 2,1 millones de créditos a la micro empresa, la iniciativa privada. concluye que López Obrador ha condenado al país a la tragedia. Exhiben, para demostrarlo, los paquetes económicos anunciados en otras naciones con estímulos fiscales para las empresas, apoyos al salario de los trabajadores parados y créditos masivos para la recuperación de los negocios. En suma: allá sí hay protección y un plan para la recuperación de la planta productiva; acá, en cambio, solo subsidios populistas y electoreros al consumo momentáneo.

Sin embargo las cosas son más complejas. Una mirada más detenidamente revela, otra vez, dos ópticas mutuamente incomprensibles, pero ambas consistentes con su propia realidad. La propuesta de López Obrador podría no estar equivocada e incluso ser más atinada, bajo ciertas premisas. Le pido lector, un poco de su paciencia.

En Francia o Alemania la planta productiva, el empleo y la producción, reside en el sector formal. La mejor manera de proteger el ingreso y el bienestar de las personas es volcando el apoyo estatal a favor de las empresas públicas y privadas y los trabajadores que laboran en ellas. Pero ese no es el caso de México. Hay 57 millones de personas activas económicamente en el país, solo 20,1 millones de ellas están inscritas en el IMSS. Se estima que alrededor del 54 % de la población que trabaja lo hace en el sector informal, es decir, no estaría incluida en el paquete “de rescate” que piden los empresarios. Las microempresas (en las que labora 1 a 10 personas) representan el 94% de los negocios en México y dan trabajo a poco más del 40% de los empleos formales. Muchos otros trabajos ni siquiera entran en este registro (por ejemplo el de las empleadas domésticas que limpian las casas de “la otra realidad”). En pocas palabras casi siete de cada 10 mexicanos que trabajan son autoempleados, laboran en changarros o en empresas pequeñas. La abrumadora mayoría de las personas no está en la nómina del Gobierno o de una empresa mediana o grande. Lo más probable es que opere en un negocio que no paga impuestos o evada buena parte de ellos manteniéndose por abajo del radar.En ese contexto ¿qué significa una suspensión del pago de impuestos personales y empresariales como pide la iniciativa privada? En la práctica una transferencia de recursos de los siete que operan en el sector precario a los tres que trabajan para el sector formal de la economía; un subsidio con cargo a todos en beneficio de la mediana y gran empresa. El dinero que dejaría de recibir el Gobierno tendría que ser obtenido del recorte de los servicios públicos y de los apoyos sociales a los más desprotegidos (o financiados con deuda pública que simplemente retardaría el mismo resultado, porque tarde o temprano lo tendría que pagar el Gobierno). Que se condone el pago de luz, agua y gas a los hogares como en Francia, suena atractivo pero, otra vez, esa medida sería con cargo a las miles de viviendas que no están inscritas en estos servicios públicos; los de la otra “realidad”. Ahora bien, la gran empresa concentra alrededor de 20% del empleo formal, pero arroja poco más del 60% del valor de la producción “contable”. El Gobierno tiene claro que un confinamiento largo terminaría por afectar a todos en su conjunto. La apuesta, sin decirlo, es reducir al máximo la cuarentena; lo mínimo para evitar que los enfermos colapsen los hospitales como en Quito. Para las autoridades es mucho más urgente que esos siete de cada 10 trabajadores salgan a la calle a ganarse de nuevo la vida. Son para ellos los 2 millones de créditos a los micro negocios (formales e informales), además del apoyo a 22 millones de desprotegidos o en condición precaria. Se le está pidiendo un sacrificio al empresario y a sus empleados y obreros, es cierto, pero en proporción no es mayor que el solicitado a un taquero o a un mesero que durante un mes dejará de recibir ingreso alguno.

Estamos en terreno inédito. El virus es el mismo, pero los países no. Cada cual debe hacer un planteamiento de acuerdo a su realidad, bueno, en el caso de México, sus dos realidades. Todos van a perder; solo el tiempo dirá si la propuesta de López Obrador resultó conveniente, pero en su momento habría que compararlo con Argentina, Brasil o Colombia. No con Alemania como ahora se está haciendo.

Organismos financieros internacionales ya se preguntan si algunos de los países emergentes podrían incurrir con una crisis de deuda peor que la sufrida en 1989, como resultado de los paquetes de rescate anunciados. Si su pronóstico es acertado, el Gobierno de México no se encontrará en ese caso. Este martes The New York Times publicó una nota sobre las dos realidades en Italia: mientras que el norte industrial ha padecido el grueso de las muertes, el sur está en camino de una tragedia social y económica, justamente porque el plan de apoyo no alcanza a buena parte de la población.

El presidente está perdido en su propio país, pero en cierta manera muchos de sus críticos también se regodean en el suyo. La pregunta es en cuál vive la mayoría de los mexicanos y quiénes deben tener preferencia en momentos de angustia y calamidad.


El Volcán Popocatépetl, el fiel guardián de la Ciudad de los Ángeles...


¿ AMLO, el visionario involuntario ?

La crisis de la globalización provocada por la pandemia encaja con el discurso del presidente mexicano

JORGE ZEPEDA PATTERSON

Publicado en EL PAIS

06 MAY 2020 - 14:26 CDT

La vida económica y social en estado de suspensión me hace pensar en aquél que, acorralado por una adicción incontrolable, decide confinarse en una clínica de desintoxicación. Tras la obligada cuarentena logra escapar al peligro y, una vez recuperada la salud, no encuentra el momento de regresar a la normalidad. Sabe que de alguna manera debe modificar hábitos y actitudes, pero la impaciencia por retomar su vida lo condenan a repetir los mismos errores.

Toda proporción guardada, me pregunto si las lecciones evidentes que nos deja la crisis de la pandemia serán olvidadas a las pocas semanas de la reactivación económica o, por el contrario, constituirán motivaciones para un cambio significativo de todo aquello que nos dejó tan vulnerables frente a este imponderable biológico. ¿Seguiremos siendo igual de permisivos frente a la comida chatarra que convierte en diabéticos y obesos a nuestros hijos? ¿Seguiremos tolerando un sistema que premia al especulador de la bolsa y convierte a enfermeras y maestros en oficios de segunda clase, salvo cuando los necesitamos?

Hace unos días 170 académicos e investigadores holandeses publicaron un manifiesto justo sobre este tema, dirigido al Gobierno de su país. Sostienen que el hecho de que la covid-19 haya tenido tales consecuencias se debe en gran parte al modelo económico dominante de los últimos treinta años. “El modelo neoliberal requiere una circulación cada vez mayor de bienes y personas, independientemente de los innumerables problemas ecológicos y la creciente desigualdad que esto causa. Durante las últimas semanas, las debilidades de esta máquina en crecimiento han sido expuestas dolorosamente”. Súbitamente, agregan, descubrimos profesiones “cruciales” y actividades que, no hace mucho tiempo, tuvieron que luchar por el reconocimiento y un mejor salario: atención médica, atención a personas mayores, transporte público y educación.

Tienen razón. La pandemia debería llevarnos a poner las cosas en perspectiva. Si pudimos parar al planeta para evitar que murieran varios cientos de miles de personas por el virus, tendríamos que ser capaces de hacer algo para evitar que 4.2 millones mueran cada año por enfermedades vinculadas a la contaminación del aire o varios millones más por afecciones relacionadas con el hambre y la desnutrición.

Y si no por ellos, al menos por nosotros: “Los expertos advierten que en caso de una mayor degradación de los ecosistemas, existe una mayor probabilidad de brotes de virus nuevos y más potentes”. Resultó una mera circunstancia que la covid-19 se cebara en particular sobre los viejos, ¿qué pasaría si el siguiente virus ataca en particular a los niños y provoca infertilidad, como en la película Children of Men de Alfonso Cuarón?

Las dramáticas consecuencias que ahora estamos viviendo podrían empeorar drásticamente si no cambiamos a otra forma de desarrollo que vaya más allá del business as usual, concluye el manifiesto de estos intelectuales holandeses. Al final, plantean cinco recomendaciones al Gobierno de los Países Bajos.

1. Reemplazo del modelo de desarrollo actual dirigido al crecimiento genérico del PIB, por un modelo que distinga entre sectores que pueden crecer y necesitan inversión (los llamados sectores públicos críticos, energía limpia, educación y cuidado) y sectores que necesitan reducirse radicalmente dada su falta fundamental de sostenibilidad o su papel en impulsar el consumo excesivo (como, por ejemplo, los sectores de petróleo, gas, minería y publicidad).

2 Desarrollo de una política económica dirigida a la redistribución, que proporcione un ingreso básico universal, integrado en una política social sólida; un impuesto progresivo sustancial sobre la renta, el beneficio y la riqueza; semanas de trabajo más cortas y trabajo compartido; y el reconocimiento del valor intrínseco de la asistencia sanitaria y los servicios públicos esenciales, como la educación y la salud”.

3. Transición a la agricultura sustentable, basada en la conservación de la biodiversidad, la producción de alimentos sostenibles, en su mayoría locales, la reducción de la producción de carne y el empleo con condiciones de trabajo justas.

4. Reducción del consumo y los viajes, con una disminución radical de las formas lujosas y derrochadoras.

5. Cancelación de la deuda, principalmente a empleados, trabajadores independientes y empresarios en PYMES, pero también a países en desarrollo (a cargo de los países más ricos y las organizaciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial)”.

Irónicamente buena parte de estas recomendaciones, no todas, coincidirían en gran medida con puntos de vista y políticas públicas del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Más allá del estilo personal del mandatario y su prédica circular y rijosa, a veces mesiánica, y que entiendo puede ser irritante, lo que su gobierno está proponiendo apunta en una dirección que empata con estas propuestas. Los puntos 2, 3 y 4 podrían ser suscritos perfectamente por sus políticas públicas. No así el primer punto que propone energías alternativas, lo cual choca frontalmente con la fascinación del actual gobierno por los combustibles fósiles y contaminantes.

Este miércoles, justamente, López Obrador afirmó que ya era tiempo de plantear nuevas formas de convivencia política, económica y social. El Producto Interno Bruto como criterio para medir el desempeño de una sociedad, debía ser sustituido por otro que privilegie la noción de desarrollo; la palabra crecimiento transmutar por la de bienestar. Recurrir al endeudamiento para socorrer a la planta productiva formal, dijo, terminaría trasladando recursos al sector privado porque esa deuda y sus intereses deberán ser pagadas por el erario, y a la postre obligan a recortar el gasto en salud, educación, o el apoyo a los que más lo necesitan. En suma, una transferencia de los que tienen menos a los que tienen más.

En ocasiones el discurso de López Obrador pareciera una regresión al pasado, fórmulas trasnochadas que se creían superadas. Y sin embargo, la crisis de la globalización, el crecimiento desigual, el consumo desaforado y salvaje, en suma, las sinrazones que ha evidenciado la pandemia, podrían llevarnos a pensar que no anda del todo desencaminado.

Otra cosa distinta es que lo consiga, pero por lo pronto, el presidente podría estarse anticipando a los que ya vienen de regreso, aunque todavía no lo sepan.

@jorgezepedap